Autorretratos

Autorretrato 1

Nací en Cáceres en 1976 y con tres años llegué a Gran Canaria.

He transitado una vida plácida de estudios y trabajo. Nada reseñable bajo el sol. Vengo de caminos harto trillados. De momento.

Los garbanzos y el pan diarios caen al plato gracias a mi magisterio en la escuela pública.

Inicialmente me orienté hacia la Música con escasa determinación. De ese periodo de mi vida, en el que compuse mucho, rescato modestamente para la Literatura parte de los procedimientos aprendidos.

Una vez alguien me dijo: si te olvidas del día en el que vives, una de dos: o sufres como un condenado o disfrutas como un bendito. No hay término medio. Yo escribo olvidando a menudo las cifras del día que me cobija. Y confieso que es por causa de lo segundo.

Desconozco los motivos que me desbarrancan hacia la escritura: un lejano amor por el sonido de las palabras; la colección adaptada de los  clásicos; una enciclopedia universal que llegaba a casa en fascículos; el cine de los domingos; las historias fabuladas en mis juegos infantiles con los variopintos muñecos de plástico; la ingenuidad de las series de televisión de antaño…  

Borges y Roa Bastos se me ocurren gritando plagio detrás del estilo indecente de cada linea. Joyce y Chejov se remueven en sus pijamas de madera contemplando mi nula capacidad para retratar la psicología humana. Que me perdonen. Soy un burdo epígono. No tengo derecho a nombrarlos. Solo intento ajustarme al guión de esta semblanza preñada de indignidades.

Autorretrato 2

Seré sucinto en datos biográficos: cacereño adoptado por Gran Canaria, pronto 47 años, maestro de profesión y escritor aún diletante (tal vez para siempre).

Pertenezco a esa clase media que mira con preocupación este mundo convulso y cambiante. Soy carne de cañón para padecer las atrocidades del fascismo inminente o para ser espectador omiso y brazo ejecutor del mismo si hiciera falta. Por obcecados principios ideológicos, de ambas opciones me tocaría guillotina. Sin embargo camino con irreverente alegría al patíbulo. Es más: todavía (soy ateo) espero con horror el cielo futuro aquí en la tierra a costa de millones de seres humanos ¿Ya les dije plácida vida?

De lo que llevo de vida he aprendido poco y mal:

A repudiar a todo espécimen moralizante.

A escuchar primero la voz y las vísceras propias y hacer de acuerdo a su enigmático sonido, caiga lo que caiga.

A escuchar las voces de los allegados y de los difuntos siempre que me enseñen y me afirmen. En Literatura estas voces incorpóreas son Borges, Joyce, Chéjov y Roa Bastos. Ya otros van calentando sitio mientras los leo.  

A huir de la trascendencia y perseguir la humildad construida desde el noble arte de fregar el suelo, esperar en la cola del supermercado o explicar con nitidez a mis pupilos. Solo así es posible hermanarse hasta con las cucarachas.

Me resta sentirme ocioso sin sufrir por ello.

Esto dicho y nada más me vuelca hacia una escritura cada vez menos pretenciosa, hacia el juego imaginativo al que ella me impele, hacia la consignación del más fútil pensamiento, hacia la búsqueda de los pilares que asienten una personalidad aún no construida. 

Por eso en la escritura me trituro, me devoro, me vomito y me recompongo.