Mis espejos

Una vez, en una clase de filosofía el profesor, Francisco Umpiérrez Sánchez, me preguntó: «¿Ves espejos en tu día a día?»

Busqué en mi interior casi vacío de representaciones particulares, la representación de los espejos que pueblan mi cotidianidad. Representármelos me resultaba un acto extrañamente difícil. Sin embargo mi conciencia, llena de conceptos universales abstractos, sí respondió: tomó de entre ellos, el concepto de espejo que Borges me regaló y que yo malogré usándolo en un escrito de amor al decir: «el laberinto de espejos que te multiplica y te esconde». El peso de los conceptos era superior al de mis representaciones.

Entonces me vino a la memoria una representación: unos días antes me había asomado al espejo del baño abrazado a mi novia y ese hecho había sido decisivo para ella. Tímida o con un lacerante sentido del ridículo, mi novia rehuía una y otra vez esa visión compartida de nosotros mismos enmarcados en la tersura del cristal azogado (huelga decir que también rehuye las fotos por delatoras). Era un milagro que aconteciera dado el terco rechazo que le inspira su imagen reflejada. Nos miramos con calma y amor. Al fin el espejo fue sabedor de la satisfacción de mi necesidad: verme duplicado con ella. Momento que era el triunfo de ciertos hábitos básicos para la mutua convivencia. Así la palabra «espejo» tenía ese contenido aquella tarde en la que se cruzaron los más íntimos momentos con el discurso teórico de mis clases de filosofía. Nombrar la palabra era representarme una vivencia particular de mi vida privada, a la vez que la vivencia representó para mí en su momento liberación.

Sin embargo, el profesor me preguntó: «¿Pero sólo te representas eso cuando quieres hablar de los espejos según tu vivencia diaria? ¿Y los espejos retrovisores de tu coche?»

Y sí, son otros espejos y sin embargo la misma cosa. Son otros espejos cargados de un contenido práctico diferente. Y de la experiencia que con ellos he tenido no emana la satisfacción de mis deseos, ni la certeza de mi unión con mi novia, sino el miedo al accidente, la obligación de poner en práctica el sentido de la precaución, la invitación también a imaginar el desastre de un accidente y sus consecuencias ¡Qué diferente representación! Son espejos cargados de la posibilidad de un futuro negativo. Espejos de mal agüero. Espejos oscuros, no luminosos pero espejos al fin como el que recibió la imagen de una mujer sin miedo ni timidez en mi cuarto de baño.

Así descubro mi vivencia particular en el concepto universal abstracto «espejo» y a través de ese concepto busco, conozco y vuelvo a sentir. El concepto media en mis nuevas percepciones. Al fin mi concepto «espejo» toma su carne, que no es otra que la que me da primero con alegría y dolor mi propia vida, mi propia práctica: Mi concepto universal abstracto «espejo» viajando hacia su modo de ser concreto.

David Galán Parro

17 de abril de 2024

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